BECQUER, GUSTAVO ADOLFO
Introducción general; I. Introducción sinfónica; II. Rimas; III. Narraciones; IV. Desde mi celda; V. Escritos sobre literatura y arte; VI. Artículos periodísticos; VII. Historia de los templos de España; VIII. Obras juveniles; IX. Teatro; X. Miscelánea y correspondencia; Notas; Índice de primeros versos.
Para Azorín, "las «Cartas desde mi celda» pudieran marcar una época en la literatura castellana". Azorín pensaba sobre todo en el paisaje: "¿Habrá nada más limpio y más preciso que esos paisajes de Bécquer?". Pero, más allá del paisaje, Bécquer sí marcó una época.
La literatura de Bécquer está tejida con ese "hilo invisible de las misteriosas relaciones de las cosas" que adivinaba en la «Historia de una mariposa y de una araña». Sin haberse conocido, acaso ni leído, Peter Schlemihl había vendido su sombra, mientras el Manrique de «El rayo de luna» "hubiera deseado no tenerla, porque su sombra no le siguiese a todas partes". "La burda saya que visten y el bocado de pan que comen" las mozas de Añón vislumbradas en las «Cartas desde mi celda» parecen tener un eco imposible en "el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago", de Machado. Cabe preguntarse si quizá el caballero inexistente de Calvino habrá sido ajeno a esa armadura vacía que con horror descubre un guarda en «La cruz del diablo». También al lector, como al autor, empieza a faltarle "la extraña lógica del absurdo".
Leer a Bécquer íntegro produce un saludable efecto: el de descubrir las otras fases de la luna. Por ejemplo, su sentido del humor o su devoción por el periodismo. Cuando don Restituto, en «Un tesoro», advierte que "si buenos descubrimientos hacemos, buenas fatigas nos cuestan", nos parece estar oyendo al Sancho de "si buen gobierno me tengo, buenos azotes me cuesta", un Sancho que se prolonga en el lamento del mesonero, tan cervantino en su humor. El periódico lo recibía "como una carta en cuyo sobre hemos visto una letra querida".
Entre los "dioses penates de su especial literatura" se hallaban "Rioja, en sus silvas a las flores; Herrera, en sus tiernas elegías"; nunca olvidó a Dante y a Virgilio; admiró la belleza clásica de las odas de Horacio y el romanticismo fantástico de Zorrilla.