JUAN PABLO II
La presente carta encíclica, sobre el Espíritu Santo, arranca de la herencia profunda del concilio Vaticano II. En efecto, los textos conciliares, gracias a su enseñanza sobre la Iglesia en sí misma y sobre la Iglesia en el mundo, nos animan a penetrar cada vez más en el misterio trinitario. De este modo la Iglesia responde también a ciertos deseos profundos, que trata de vislumbrar en el corazón de los hombres de hoy: un nuevo descubrimiento de Dios en su realidad trascendente de Espíritu infinito, la necesidad de adorarlo en espíritu y verdad, la esperanza de encontrar en él el secreto del amor y la fuerza de una nueva creación.